Aquellos serenos vallisoletanos





Los serenos vallisoletanos desaparecieron con el franquismo, en los años setenta. El sereno data en esta ciudad del primer cuarto del siglo XIX.
Los serenos hacían las veces de policías y tenían que sobrevivir a base de propinas del vecindario que recurría a sus servicios. Encendían las farolas de aceite de la calle, daban periódicamente la hora y el parte meteorológico, abrían las puertas a los vecinos y se ocupaban de mantener el orden en la oscuridad.



En 1841 se redactó el primer Reglamento para los Serenos Veladores Nocturnos de la ciudad de Valladolid, creando una Compañía compuesta por 3 cabos y 18 serenos, cuyo estipendio sería de ocho y seis reales diarios, respectivamente. Dependían del alcalde y de la sección de Policía y los cabos se encargarían de recaudar en su distrito lo que voluntariamente aportase el vecindario. También debían entregar un parte diario de novedades en los tres distritos –Plaza de Constitución, Plaza de San Miguel y Plazuela de la Universidad- así como de los barrios en que se subdividían.

Dos serenos, en un alto de su ronda nocturna

El Ayuntamiento les procuró un uniforme consistente en un capote de paño fuerte oscuro con cuello encarnado y una esclavina larga para el invierno y noche tempestuosas, una gorra de cuero forrada de pelo, lanza, farol de mano y un pito colgado de una cadena, siendo competencia de los alcaldes si les armaban con pistola o carabina, aunque les estaba terminantemente prohibido llevar perro.
Nada más llegar al barrio, su primer deber era comprobar que las puertas  de los portales sin luz estaban cerradas y, después, anunciar las horas y el estado de la atmósfera. También debían impedir el robo a los viandantes, las riñas y pendencias, fracturas de puertas y ventanas, escalamiento de casas, conducción de cajas, fardos y bultos sospechosos en horas avanzadas.
En 1953 había 32 Serenos de Comercio y Vecindad, menos de los que la ciudad necesitaba a juzgar por las denuncias de robos en comercios y domicilios, pero lejos de crecer, la nómina fue bajando hasta extinguirse en los años setenta.

-Fuente del texto y fotografías: Valladolid Cotidiano. José Miguel Ortega Bariego


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