El Palacio de la Ribera



Lo que son las cosas, para conocer nuestra propia historia hay que llegar hasta las estanterías de la Biblioteca Vaticana, donde se conserva un manuscrito, redactado en 1626 por el arquitecto Juan Gómez de Mora, que nos informa: “Tiene más el Rey en esta Ciudad una casa de campo que llaman la Ribera, que está fundada a la otra parte del río Pisuerga. Tiene buenos jardines y alamedas. Aquí solían hir los Reyes a merendar y goçar del río. Tiene dentro de sí una plaça para fiesta de toros, en que, en tiempo de Corte, se bieron algunas…”. El autor se refiere a un palacio de recreo remodelado por su tío, el arquitecto conquense Francisco de Mora, que hacia 1602 reconvirtió una sencilla casa campestre en un lujoso remanso de ocio y naturaleza para la familia de Felipe III el Piadoso, al modo de las villas renacentistas italianas.

Celebración del despeño de los toros. En esta fiesta las reses eran arrojadas al río desde el palacio para ser lidiadas en el agua.

El acondicionamiento de este palacio, su ubicación, su dotación y su doble función, agrícola y recreativa, se debieron a los intereses de don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, que tres años antes había recibido del Rey el título de Duque de Lerma. Este ambicioso personaje del gobierno había conseguido influir en Felipe III para reponer la capitalidad de la Corte en Valladolid, decisión contraria a lo dispuesto por su padre Felipe II años antes. El de Lerma fue el primero en adquirir aquellos terrenos, que originariamente fueron conocidos como la Huerta del Duque.
Designada Valladolid en 1601 como Corte del reino de España, ciudad que presentaba un elegante centro urbano renovado veinticinco años antes, tras el gigantesco incendio de 1561, el Duque de Lerma se ganaba el favor del Rey presentándose en ella como anfitrión, actuando como vasallo fiel y trabajando en tres frentes constructivos. En efecto, al servicio de la corona este valido de Felipe III inició la construcción de un Palacio Real en la Corredera de San Pablo, tras comprar y ampliar el palacio que perteneciera a los descendientes de Francisco de los Cobos; adquirió el patronazgo y emprendió la reforma de la iglesia de San Pablo, a la que duplicó la altura de la nave y la fachada hasta adquirir su aspecto actual, con la idea de ser utilizada como capilla palatina en las ceremonias solemnes; puso a disposición real el Palacio de la Ribera, con su huerta, agua abundante y extensos jardines, planificada junto a un caudaloso río que no disponía en Madrid. Todos estos elementos favorecían el tipo de Corte deseada por las monarquías europeas y, más aún, por el pretencioso Duque de Lerma.

Los trabajos del nuevo palacio campestre, en la ya denominada Huerta del Rey, comenzaron en 1602 con la intención de establecer un contrapunto al Palacio Real. Allí los asuntos oficiales de estado, en éste, fiestas y relajación. Los trabajos se realizaron paralelamente en el palacio y la huerta. El edificio, acondicionado como ya se ha dicho por Francisco de Mora, con la posible colaboración de Diego de Praves, Juan de Nates y Bartolomé de la Calzada, estaba terminado en 1605, año en que nace en Valladolid el sucesor Felipe IV, ofreciendo todas las características de una casa de placer para el Rey y su valido, alejada del bullicio urbano y rodeada de frescor.




El Palacio de la Ribera estaba distribuido en dos partes, una orientada al norte del pabellón principal, que constituía uno de los lados de un patio cerrado con tres galerías con soportales, y otra orientada al sur, con una construcción formando un ángulo con el pabellón principal y un jardín adornado con parterres. En la intersección de los dos edificios se alzaba una torre rematada por un chapitel de plomo, desde la que se dominaba el río y los jardines. La entrada principal se abría hacia el Paseo del Prado (actual carretera de Salamanca). El palacio, perpendicular al río y al estilo clasicista de los Austrias, estaba ubicado en una zona alta a salvo de las temibles crecidas del cauce. En su fachada sur se abrían cinco puertas y veinte ventanas grandes, en la fachada norte treinta y cuatro ventanas y en la parte orientada al río tres balcones. En su interior tenía un zaguán, un oratorio, una escalera principal, cuatro aposentos en la planta noble y otros tres en la parte superior, todos ellos con los techos pintados, junto a otras dependencias y servicios.


Por su parte, el patio estaba acondicionado para permitir la celebración de corridas de toros, por lo que se ve, una afición atávica de la monarquía española, en las que se celebraba, por las condiciones de su emplazamiento (enfrente de la actual Playa del Pisuerga), la fiesta del “Despeño del toro”, en la que el animal era lanzado al río por una rampa colocada a tal efecto y allí lanceado desde las góndolas para regocijo de los ciudadanos agolpados en la otra orilla.
Sus dependencias albergaron el boato propio de una Corte barroca, destacando la colección de retratos reales de Pantoja de la Cruz y Rubens, junto a pinturas de los Carducho, Andrea del Sarto, Veronés, Tiziano, Basano, y hasta una obra de Rafael, según consta en el inventario del 15 de noviembre de 1607, conservado en el Archivo General de Palacio en Madrid. Precisamente Rubens pudo conocer personalmente las fiestas del palacio en 1603, cuando llegó a Valladolid como embajador del Duque de Mantua. Durante su estancia de varios meses pintó algunos retratos, como el del “Duque de Lerma a caballo”, hoy en el Museo del Prado, y obras como “Demócrito y Heráclito”, actualmente conservado en el Museo Nacional Colegio de San Gregorio, abominando del modo de pintar de los pintores de cámara del Rey.

Copiando la experiencia florentina de Vasari, que unió el centro de gobierno con la residencia palaciega mediante pasadizos que permitían a los gobernantes desplazarse sin riesgo de atentados, el Duque de Lerma, que ya había aplicado esa misma solución en su villa natal, dispuso una serie de pasadizos para enlazar el Palacio Real y el Palacio de la Ribera, cuyo recorrido se ajustaba a la actual calle de San Quirce, bordeando el palacio de los Condes de Benavente.

Para acceder al Palacio de la Ribera se construyeron en ambas orillas sendos embarcaderos. En el del palacio se levantaba una torre cuadrada de madera con una estancia superior a la que se accedía por escaleras y con ventanas cubiertas por celosías. Aparte de permitir el acceso a las embarcaciones, ya que el cruce al palacio se realizaba en barco, no a través del Puente Mayor, hacía las funciones de un cenador elevado sobre el nivel del agua, especialmente atractivo en tiempo de verano. Por otra parte, se estudiaron las posibilidades de hacer navegable el río hasta el Monasterio de Prado, incluso se planteó el continuar la navegación hasta Zamora, pero tras el retorno de la Corte a Madrid en 1606 estos planes fueron olvidados.

Junto al acondicionamiento del embarcadero, fue construido en las proximidades del Puente Mayor un ingenio hidráulico para subir el agua del Pisuerga a los jardines y cultivos de la Huerta. Con la aprobación y el regocijo del Ayuntamiento, y con la colaboración con el arquitecto Diego de Praves, la atrevida obra fue llevada a cabo por Pedro de Zubiaurre, que había actuado como espía de Felipe II en la corte inglesa, donde copió el ingenio experimentado por Peter Morris en las aguas del Támesis en Londres. Lo complejo de esta obra, totalmente novedosa en España, en la misma línea de la maquinaria que el cremonés Juanelo Turriano construyera para Carlos I en Toledo sobre las aguas del Tajo, hizo que los trabajos de estructura, norias, arcas de distribución y cañerías de plomo se prolongaran hasta 1618.



Sobre las aguas del Pisuerga estuvieron en servicio un conjunto de galeras y góndolas que eran utilizadas tanto para cruzar el río como en los espectáculos de las fiestas. Destacaba la galera real “San Felipe”, así bautizada en honor del rey, dorada y pintada en color azul en 1602 por Santiago de las Cuevas. Ese mismo año, el pintor Bartolomé Carducho pintaba dos escudos reales en los estandartes de una nueva góndola, siendo Santiago Remesal otro pintor “maestro de galeras” que decoró las banderas y gallardetes de las embarcaciones, donde junto a motivos religiosos figuraban los emblemas reales y el escudo de Valladolid.
Fuentes y estatuas articulaban los ejes visuales de los paseos ajardinados siguiendo modelos tardo-renacentistas italianos, con especies botánicas muy seleccionadas que creaban un sugestivo paisaje al sur del palacio, donde se desarrollaba un extenso jardín con numerosos bancos, en cuyo fondo se levantaba una gran pajarera con aves exóticas.
La obra cumbre de estos espacios era la fuente que presidió el jardín principal de la Huerta del Rey, formada por un estanque y una gran taza coronada por el grupo escultórico de “Sansón matando a un filisteo”, obra maestra del escultor manierista Juan de Bolonia o Giambologna. La escultura procedía de la casa del embajador de Florencia, donde la compró el Duque de Lerma. Desgraciadamente, el año 1623 sería regalada por Felipe IV, junto a un cuadro de Veronés de este mismo palacio vallisoletano, al príncipe de Gales. Actualmente se conserva en el Victoria & Albert Museum de Londres, siendo una de la joyas del museo. Por otra parte, la taza de la fuente salió de Valladolid en 1653 para servir de base a la Fuente de Baco, en el Jardín de la Isla de Aranjuez, donde permanece hoy día.



La Corona se desinteresó con el tiempo del edificio, realizándose pequeñas obras durante las visitas de Felipe IV en 1660, para el que se organizaron fiestas de toros, y de Carlos II en 1690. El Palacio de la Ribera conoció su decadencia definitiva a partir del siglo XVIII, siendo desperdigadas sus obras de arte. En 1761 el arquitecto Ventura Rodríguez aconsejó su derribo y las edificaciones fueron paulatinamente demolidas para reaprovechar algunos de sus elementos en otros edificios de Valladolid.
Una puerta de la Huerta del Rey fue trasladada al monasterio de San Benito, hoy Museo Patio Herreriano, siendo durante muchos años uno de los pocos rastros tangibles en Valladolid de aquel enclave, cuyos restos desaparecieron totalmente a mediados del siglo XX entre la maleza, quedando el terreno arrasado, sin la mínima señal del esplendor de aquellos salones, fuentes y jardines, ni siquiera del ingenio hidráulico que remontaba las aguas del Pisuerga. Hoy día, como en el resto de la ciudad, sobre aquellos terrenos se levantan altas torres de viviendas que poco hacen recordar aquel privilegiado lugar de ocio y descanso.

En la actualidad, después de realizar tareas de desescombro y limpieza en la zona próxima al río, el Ayuntamiento ha recuperado dos largos muros de la cimentación, uno de piedra y otro de ladrillo, que permanecían prácticamente enterrados, así como una pequeña dependencia que estuvo perdida durante siglos. Para permitir el acceso a estos testimonios del pasado se ha abierto un pequeño camino que bordeando el río llega a los restos de aquella suntuosa residencia de recreo a orillas del Pisuerga.

-Fuente: http://domuspucelae.blogspot.com/2009/06/historias-de-valladolid-el-palacio-de.html

El Ayuntamiento ha concluido el acondicionamiento de los restos de la vieja residencia de verano Felipe III


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